La meta del odio by A. Rolcest

La meta del odio by A. Rolcest

autor:A. Rolcest
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1969-04-30T23:00:00+00:00


CAPITULO IV

Eider, al mirar a Heid a la cara, pensé: “Ayer se levantó Yotzi con ese mal teque’'.

—Llegas a tiempo de desayunar con nosotros.

—¡No tengo apetito!... ¡Lo que quiero es ver a Kiebel, para quebrarle la otra pierna! ¡Y a Yotzi...!

—¿También para dejarla lisiada?

—¡Y su marido tampoco está fuera del juego! ¡Quizá tampoco usted, Eider!

Heid se quedó mirando la escalerilla que conducía a los dormitorios.

—¿Bajan o subo? —gritó.

Eider, mirando al rincón más oscuro del departamento donde guardaban la leña, dijo:

—Salid... No vaya a pagarlo Yotzi.

Quien primero asomé fue Jason.

—¡Diablo! ¿Y quién tiene la culpa? —contestó el marido de Eider—. ¡Heid! ¡Te doy palabra de que el caballo está seguro donde se encuentra ahora! Dejarlo en una cuadra del pueblo era un riesgo...

Kiebel fue surgiendo de la penumbra, cojeando.

—Puedes pegarme, Heid... Pero volvería a apoyar a esa muchacha, si volviera a proponerme una cosa como la de anoche. Todo se hizo con mucha discreción... Ya todos los saloons habían cerrado cuando fuimos a la cuadra. Yo no me dejé ver, ¿sabes? Todo lo hicieron Jason y la chica. El encargado de la cuadra no puso inconveniente. Lo que él quería era que se llevaran un caballo que ya estaba temiendo como a un paquete de dinamita...

Heid, respirando hondo, para calmarse, preguntó:

—¿A qué rancho ha ido a parar el caballo?

—¡Eso sí que no te lo podemos decir! —exclamó Jason.

—Ah, ¿no?

—¡Es que no lo sabemos, Heid! Antes de la cena, Yotzi salió. Ignoramos con quién habló... Cuando sacamos el caballo, ya doblada la medianoche, en las afueras del pueblo esperaban unos jinetes. Yotzi se entendió con ellos.

—¿Y ustedes no los reconocieron?

—¡No! Aparte de que estaba muy oscuro, Yotzi no dejó que nos acercáramos a ellos.

—¿Y quién llevó el caballo hasta donde estaban esos hombres?

—Yotzi. Y no tuvo la menor dificultad... Fue después, cuando los jinetes se alejaban, que oímos furiosos relinchos. ¡Cualquiera diría que protestaba por separarse de ella!...

—¡Ya está bien, Jason! ¡Y usted, Kiebel, está faltando a todo lo que me prometió en el rancho del señor Eastern! ¡No debí consentir que me acompañara...!

Yotzi había ido descendiendo la escalerilla, cautelosamente.

—¡Pero usted fue quien se llevó a Kiebel del rancho, poco menos que en volandas! —objetó Yotzi, situada detrás de Heid.

El se volvió rápidamente.

—¿Cómo está tan segura? ¿Porque se lo ha dicho, Kiebel?

La muchacha miró al cojo, como defraudada.

—¿Usted... miente?

En ese momento pensaba en lo que Kiebel le dijo acerca de la estrella del mal sheriff.

—Alguna vez, muchacha... Pero a ti no te he mentido más que en eso: en que no fue Heid quien me sacó del rancho, sino que yo le pedí que me trajera aquí...

Heid la cogió de un brazo y la hizo caminar hacia el comedor. Allí no había nadie.

—¿Por qué ha sacado el caballo del pueblo sin consultarme?

—Porque sabía que se opondría.

—Se equivoca. Hoy iba a buscar un sitio seguro, hasta que mi gente se instale en el rancho.

Yotzi hizo un gesto de alegría.

—¡Luego acerté!... ¿Por qué ese enfado?

—Mientras yo dormía en el hotel, usted trajinaba con un caballo peligroso.



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